lunes, 31 de mayo de 2010

Niño perdido: Enrique Peña Nieto

Niño perdido
Enrique Peña Nieto.

Por: Jacobo Zabludovski

Si se tratara de un ciudadano cualquiera, no me ocuparía de él.
Si se tratara de un político más, no me ocuparía de él.
Si se tratara sólo de un gobernador, tal vez no me ocuparía de él.
Pero se trata del precandidato más placeado a la Presidencia de México.

Si el señor Peña Nieto aspira al cargo, es hora de que lea la Constitución y se entere de que este país es laico y sepa el significado de ese principio por el que miles de hombres y mujeres dieron la vida y desde hace más de 150 años es piedra fundamental de nuestra estructura jurídica.

No se puede repicar y andar en la procesión. Una cosa u otra. No se puede encenderle una vela a Dios y otra al diablo. Escoja de una vez y decídase por lo más cercano a su corazón. Pero no mezcle lo que separan las leyes que juró cumplir y hacer cumplir. No se puede mamar y dar de topes. Cualquiera de sus convicciones es respetable y muy suya. Pero juntas, en un estrambótico alarde de publicidad chabacana en todos los medios, notoriamente en la televisión, son inaceptables.

La semana pasada el señor Peña Nieto estuvo en la audiencia general que el Papa ofrece todos los miércoles a los feligreses que llegan al Vaticano. No fue más que eso, unos cuantos segundos en medio de una multitud después de larga espera en la cola interminable. Las cámaras de la televisión y los fotógrafos captaron la escena encuadrando también al señor Carlos Aguilar Retes, obispo de Tlalnepantla y a la actriz Angélica Rivera, a quien presentó como su novia y agregó: “Pronto nos casaremos”. Luego diría a los periodistas: “El primero en saberlo fue Su Santidad… ustedes lo escucharon”. El Papa los bendijo.

Todo esto pudo haberse hecho en un acto familiar, privado, dentro de la discreción a la que obliga el cargo público y que, finalmente, casa mejor con esa fe auténtica que suele ser enemiga del exhibicionismo populachero.

El señor Peña Nieto tiene un conflicto de vocaciones por las que aún no se decide. Por un lado la de político, por otro la de observante de una religión y una tercera, como si su personalidad en formación pudiera tener tres mitades: la de estrella rutilante de la marquesina electrónica. No se puede todo, joven y está en edad de decidir su camino. Por cualquiera de ellos alcanzará el cielo, pero no haga de la ley una torta compuesta de La Vaquita Negra.

En los últimos tiempos avanza una estrategia planeada cuidadosamente contra el estado laico mexicano. Algunos ejemplos aislados entre los muchos síntomas de reconquista: las idas públicas a misas de Marthita y Vicente cuando eran presidentes, pudiendo ir sin testigos o celebrarlas en casa. La aparición de una imagen religiosa por primera vez en un documento tan público como un billete del Banco de México. El propósito se está logrando: hacernos ver la mezcla de lo cívico y lo religioso como algo normal, convencernos de que no pasa nada si el Presidente recibe un símbolo confesional en la ceremonia de su toma de posesión; acostumbrarnos a que un gobernador en funciones, acompañado por un obispo, solicite al Papa su bendición para sus planes de boda, asunto íntimo que solo se le ocurre divulgar al escritor de este reality show con la vista fija en el rating.

Después del reacomodo de fuerzas políticas en el Poder Legislativo, el PRI recobró su posición de otras décadas. En sus estatutos el concepto de laicismo es básico. Pronto habrá de escoger entre sus miembro a los candidatos a senadores, diputados federales y presidente de la República. En la batalla que ya se está dando (las leyes estatales que castigan a las mujeres que abortan fuera de los preceptos religiosos y el trato discriminatorio e injurioso a los homosexuales, son algunos combates) el PRI está en la línea de fuego. Debe reconvenir a su afiliado gobernador, feligrés y actor. Advertirle que mientras sea miembro de ese partido no busque apoyo para sus ambiciones en otros círculos de poder humano o divino. El PRI está a tiempo de observar con calma el comportamiento de quienes aspiran y tienen posibilidades de ser su abanderado en los próximos comicios. No se equivoquen.

Quizá de aquí a dos años el mancebo madure y se aleje de los motivos de su extravío. Lo dudo. De cualquier manera llegaría atado a sus convicciones y dogmas, endeudado con sus inventores, limitado por su propia capacidad.

Hace algunas semanas nos conocimos casualmente en una comida de numerosos invitados y a sugerencia del señor Peña Nieto quedamos en “hablarnos de tu”. Por eso, Enrique, no tomes este artículo como algo personal. A lo mejor te es útil. Quien puede saber.

lunes, 24 de mayo de 2010

GRACIAS AL PRI

GRACIAS AL PRI.
Denisse Dreser

Cada vez que Beatriz Paredes abre la boca es para vanagloriarse de lo que el PRI ha hecho por México. Gracias al PRI hay estabilidad política, dice. Gracias al PRI no hay polarización, insiste. Gracias al PRI el país no se ha hundido aún más ante el fracaso de los panistas, repite.
La lideresa recorre la República buscando palmadas en la espalda mientras pide regresar al poder a un partido responsable de sus peores vicios. La priista denuncia la ineficacia y la inexperiencia de diversos funcionarios panistas incapaces de limpiar el tiradero que su partido dejó tras de sí.
Hay mucho de paradójico en su proceder porque existe otra lista de cosas vinculadas con el PRI que valdría la pena recordar. Hay otras contribuciones por las cuales el electorado debería estar menos agradecido. México arrastra un legado que no debería ser motivo de aplausos; México carga con una herencia de la cual los priistas se distancian pero de la cual son responsables.
Gracias al PRI, el narcotráfico infiltra al Estado y se enquista allí. A partir de la década de los ochenta, el negocio de la droga comienza a crecer y lo hace con protección política. Con la complicidad de miembros de la Policía Judicial Federal y de agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Con la colusión de gobernadores como Mario Villanueva y otros dirigentes priistas de narcomunicipios y estados fronterizos. A lo largo de los años, la estructura política del priismo provee un caparazón al crimen organizado, que avanza no a pesar del gobierno, sino –en buena medida– gracias a él. Cuando los panistas llegan a la Presidencia se encuentran un Estado rebasado, se enfrentan a autoridades estatales cómplices, se topan con policías infiltradas, apelan a procuradurías indolentes. Y, sin duda, tanto la administración de Vicente Fox como la de Felipe Calderón no han encarado el reto de la mejor manera; el primero por omisión y el segundo por falta de previsión. Pero lo innegable es que no son responsables del problema: lo heredan. Hoy los priistas culpan al gobierno panista de aquello que ellos mismos engendraron.
Gracias al PRI hay alguien como Joaquín Gamboa Pascoe y lo que representa. Líder vitalicio, elegido –en un evento reciente– para liderar la central obrera hasta 2016. Líder hasta la muerte, encumbrado después de una votación fast track y por aclamación. Rodeado de mujeres bailando en biquini, meciéndose al son de las maracas y las fanfarrias y las porras. Impasible ante los reclamos por los lujos que despliega y los relojes que ostenta. Y, en esa misma reunión, Beatriz Paredes no alza la voz para cuestionar las prácticas antidemocráticas del corporativismo, sino que niega su existencia. Argumenta que México ha cambiado y que los trabajadores son libres y merecen respeto, cuando lo ocurrido en ese evento es señal de la podredumbre de siempre. La genuflexión de siempre. La alianza de siempre. El pacto de siempre. El liderazgo del PRI ofrece prebendas a cambio de apoyo político. Tan es así que, sin ningún rubor, Gamboa Pascoe sostiene que “hizo cuentas con Paredes” para incrementar, en el próximo proceso electoral, el número de posiciones en el Congreso de integrantes cetemistas. Así, el PRI ratifica su preferencia por las prácticas del pleistoceno.
Gracias al PRI el gobierno se percibe como botín compartido. No hay frase que resuma mejor esta visión que la atribuida a Carlos Hank González: “un político pobre es un pobre político”. El PRI permite que quien llegue a algún puesto –desde hace décadas– piense que está allí para enriquecerse. Para hacer negocios. Para firmar contratos. Para embolsarse partidas secretas. Para otorgar concesiones y recibir algo a cambio. Sólo así se explica la Colina del Perro construida por José López Portillo. Sólo así se explica la fortuna acumulada en las cuentas suizas de Raúl Salinas de Gortari. Sólo así se entiende el reloj de 70 mil dólares que porta Carlos Romero Deschamps. Sólo así se comprende el guardarropa de Elba Esther Gordillo. Gracias al PRI gran parte de la población considera que la corrupción es una conducta habitual y aceptable que acompaña a la función pública.
Gracias al PRI la impunidad se vuelve una forma de vida. El PRI inaugura un sistema para compartir el poder basado en la protección política a sus miembros, al margen de las leyes que violan, los estudiantes que asesinan, los desfalcos que cometen, los robos que encabezan, los desvíos que ordenan. La lista es larga y escandalosa: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Raúl Salinas de Gortari, Mario Marín, Arturo Montiel, Jorge Hank Rhon, Roberto Madrazo, Emilio Gamboa, José Murat, Ulises Ruiz. Y para protegerse a sí mismos promulgan leyes a modo, saltan de puesto en puesto, intimidan a periodistas, negocian amparos, compran apoyos y corrompen jueces. Entonces no sorprende que en la lista de candidatos del PRI se encuentren varios excolaboradores de Arturo Montiel –acusado de peculado y enriquecimiento ilícito– encargados de exonerarlo.
Quizás Felipe Calderón entiende lo que el PRI le ha hecho al país y por ello exclama: “Dios quiera y no regresen a la Presidencia”, como lo hizo en una reunión reciente. Pero si eso ocurre, tanto él como su predecesor habrán producido ese desenlace al optar por un “pacto de no agresión” desde hace ocho años. Al suponer que bastaría sacar al PRI de Los Pinos sin modificar sustancialmente su modus operandi. El gran error del PAN ha sido tratar de operar políticamente dentro de la estructura que el PRI creó, en vez de romperla. El gran error del PAN ha sido creer que podría jugar mejor el juego diseñado por el PRI, en vez de abocarse a cambiar sus reglas. El gran error ha sido emular a los priistas en vez de rechazar la manera de hacer política que instauraron.
Por ello ahora que el PRI denuncia el fracaso del PAN, en cierta medida tiene razón. Los aprendices son fustigados por los maestros experimentados. Los panistas han fracasado en el intento de gobernar como lo hacían los priistas. Los panistas han fracasado en su intento por adaptarse a las reglas de instituciones que el PRI torció. Los panistas no han logrado pactar eficazmente con los narcotraficantes; no han logrado comprar eficazmente a los líderes sindicales; no han logrado beneficiar eficazmente a los grandes empresarios; no han logrado ocultar eficazmente los negocios que han hecho en su paso por el poder; no han logrado combatir eficazmente la impunidad porque también se volvieron cómplices de ella. Gracias al PRI el país padeció tantos años de mal gobierno. Gracias al PAN es probable que la historia se repita.